top of page

No es lo que haces, es desde dónde lo haces


En un mundo cargado de frases motivacionales, discursos bien armados y definiciones múltiples sobre qué significa liderar, hay una palabra que rara vez se pronuncia en voz alta, pero que sostiene todo: coherencia.

Esa cualidad que no siempre se nota de inmediato, pero que cuando falta, se siente. Se percibe en el ambiente, en las relaciones, en la forma en que la gente se vincula con vos y en cómo vos te vinculas con vos mismo. Porque podes tener experiencia, resultados, títulos, una excelente estrategia. Pero si lo que decís y lo que haces no están alineados, algo se rompe. Y tal vez no lo veas de inmediato, pero la confianza —ese ingrediente invisible del liderazgo— empieza a erosionarse.

La coherencia no es rigidez ni perfección. Es una forma de ser. De vivir. Es cuando lo que pensas, lo que sentís y lo que haces están alineados. Es cuando no necesitas demostrar tanto hacia afuera porque hay algo dentro tuyo que está en paz. Y no porque no te equivoques, sino porque hay honestidad en tus pasos. Porque sabes que incluso cuando errás, hay una intención genuina detrás.

Muchos líderes hacen foco en los resultados, en el hacer. Pero lo que realmente construye confianza no es lo que haces, sino desde dónde lo haces. Las personas perciben eso con una claridad asombrosa. Saben cuándo hay verdad en tus palabras y cuándo solo hay un discurso vacío. Por eso la coherencia no se compra, no se impone, no se terceriza. No hay nadie que pueda ser coherente por vos. Y ese es un trabajo personal. Todos, en algún momento, nos desviamos. Pero el punto no es evitarlo siempre. Es darnos cuenta. Es volver a mirar hacia adentro y preguntarnos si estamos siendo fieles a lo que creemos.

La coherencia también tiene una dimensión emocional. ¿Cuántas veces dijiste que estabas bien cuando no lo estabas? ¿Cuántas veces seguiste actuando por inercia aunque sentías que algo ya no iba? Ser coherente emocionalmente no significa volcar todo lo que sentís sin filtro. Pero sí implica no negarte a lo que sentís. Reconocerlo, gestionarlo y actuar desde ahí. Porque cuando lo que sentimos y lo que mostramos no coinciden, también se genera una grieta interna. Y esa grieta se nota, se transmite. Aunque no digas nada.

Un líder coherente no es el que tiene todas las respuestas, sino el que se banca hacerse las preguntas. El que se permite la duda, pero no deja de actuar. El que reconoce su sombra y no la esconde. Porque la coherencia también implica coraje. El coraje de decir lo que hay que decir. De hacer lo que hay que hacer. De sostener conversaciones incómodas, de marcar límites, de admitir errores. Y eso no siempre se ve. Pero siempre se siente.

Es fácil liderar cuando todo va bien. La verdadera prueba aparece cuando los desafíos se presentan. Y es ahí cuando la coherencia se vuelve indispensable. Porque cuando las cosas tambalean, lo único que sostiene tu liderazgo es si sos quien decís ser. Si actúas desde tus valores. Si tu equipo puede confiar en vos, no solo por lo que sabes, sino por quién sos.

Ser coherente es incómodo. Porque te obliga a revisar tus automatismos, tus contradicciones, tus miedos. Pero también es liberador. Porque cuando hay coherencia, no necesitas actuar. No necesitas convencer. Porque tu sola presencia transmite algo que va más allá de las palabras. Transmite integridad. Y eso, en un mundo que cambia todo el tiempo, es una forma de anclaje.

No hay fórmulas mágicas para la coherencia. Hay decisiones. Decisiones pequeñas, cotidianas. Como elegir decir la verdad aunque incomode. Como pedir disculpas cuando sabes que lastimaste. Como no traicionarte para quedar bien. Como ser la misma persona en todos los espacios de tu vida. Eso es coherencia. Y esa coherencia, más que una cualidad, es una práctica. Una construcción. Un compromiso.

Y aunque muchas veces no se note, cuando está, se siente. Y cuando falta, también.

 

 
 
 

Kommentare


bottom of page