Suelta el piloto automático
- Gustavo Picolla
- 21 abr
- 3 Min. de lectura

Comenzaba mi proceso de certificación con Fred Kofman y le escucho decir:
“Lo que se siente bien no siempre hace bien, y lo que hace bien no siempre se siente bien. Por eso necesitamos de acción consciente”
Pensé, ¿eso significa que hacemos acciones inconscientes? No, significa que hacemos acciones en piloto automático.
El piloto automático surge porque nuestra mente siempre está buscando la manera de ahorrar energía, de reducir la carga cognitiva. Tenemos patrones automáticos de comportamiento y pensamiento que adoptamos a lo largo de la vida, y nos llevan a operar como si fuéramos robots programados. Esto es el resultado de circunstancias previas: influencias familiares, sociales o las experiencias laborales que, con el tiempo, condicionan nuestra forma de reaccionar ante diferentes estímulos. Mientras operamos en piloto automático, no cuestionamos si lo que hacemos realmente está alineado con nuestros valores o con los resultados que deseamos. En lugar de reflexionar sobre nuestras acciones, tendemos a simplemente reaccionar, sin una conexión genuina con el momento presente. Sin embargo, cuando decidimos salir de ese piloto automático y ser verdaderamente conscientes de nuestros actos, no solo transformamos nuestras vidas, sino las vidas de los que nos rodean.
Ser consciente significa estar presente, realmente presente, en todo lo que hacemos. Implica prestar atención plena a cada tarea, cada conversación, cada pequeño gesto. Requiere un esfuerzo: el esfuerzo de detener nuestro ritmo habitual, de romper con la repetición mecánica y de hacer una pausa para observar lo que estamos haciendo desde un lugar de reflexión y enfoque. Cuando decidimos ser conscientes, nuestros pensamientos, emociones y acciones dejan de ser impulsados por meras reacciones automáticas y comienzan a ser guiados por nuestra voluntad, nuestros principios y nuestro propósito. Este proceso, aunque desafiante, es el que nos permite conectarnos con la esencia de lo que realmente deseamos crear en nuestras vidas.
En este despertar a la vida consciente comenzamos a observar con atención y responsabilidad cada acto y palabra, nos volvemos más empáticos, más presentes y, por ende, más efectivos al conectar con los demás en un nivel profundo. Las interacciones dejan de ser superficiales y automáticas para convertirse en momentos verdaderos de conexión, donde las personas, ya sean colegas, amigos o familiares, perciben nuestra autenticidad y nuestro compromiso genuino en cada conversación.
Ser consciente también implica ir más allá de nosotros mismos. Es decir, nos ayuda a conectar de manera genuina con los pensamientos y emociones de los demás, y nos permite ser afectivos de forma que creamos relaciones interpersonales más fuertes y satisfactorias. En vez de criticar o reaccionar impulsivamente, aprendemos a observar, a preguntar, a escuchar con atención plena y a evitar asumir que sabemos lo que los otros están sintiendo o pensando.
Vivir de manera consciente requiere valentía: es confrontarnos y cuestionarnos. Es un proceso continuo de autoobservación y aprendizaje. Nos invita a renunciar a la comodidad de la repetición, para abrirnos a la posibilidad de construcción (y deconstrucción) de nosotros mismos. Esta es la magia de la conciencia: cuando elegimos dejarnos llevar por ella, todo cobra un nuevo significado. Cada día que elegimos estar presentes, estamos tomando pequeñas decisiones que suman a un cambio sustancial en nuestra forma de vivir y de relacionarnos con los demás.
Al final, ser consciente no es una meta, sino una práctica constante. Si elegimos adoptar la conciencia con regularidad en todas nuestras relaciones y actos, generamos un impacto positivo en los demás, nos acercamos a quienes amamos y construimos las bases para una vida más significativa y eficaz. Vivir sin piloto automático abre las puertas a una experiencia rica y profunda, donde cada conversación, cada proyecto y cada conexión se vuelve una oportunidad de transformación.
“cuando frenamos y nos damos un espacio de autoobservación, podemos detectar tensiones o emociones que ni siquiera sabíamos que estaban ahí. Ésta es la base de la conciencia: darse cuenta de lo que pasa en nosotros..”
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