La conversación que todo líder debe atreverse a tener
- Gustavo Picolla
- 20 sept
- 3 Min. de lectura

En el liderazgo hay conversaciones que nos gusta tener y otras que proferiríamos evitar. Entre estas últimas, pocas generan tanto nerviosismo como aquellas en las que hay que tener una conversación para la mejora conjunta. No me refiero a comentarios diplomáticos ni a frases de cortesía, sino a ese diálogo honesto, directo y bienintencionado que, si se da bien, puede cambiar el rumbo de una persona, un equipo o un proyecto.
El problema es que, por miedo a incomodar o a dañar una relación, muchos líderes suavizan el mensaje hasta el punto de hacerlo irrelevante o directamente evitan la conversación. En el otro extremo, están quienes confunden franqueza con dureza, y descargan su frustración bajo la excusa de “ser sinceros”. Ninguno de los dos caminos genera crecimiento real.
Una conversación para la mejora conjunta es un acto de generosidad porque implica dedicar tiempo y energía a observar lo que el otro hace, reflexionar sobre cómo podría mejorar y transmitirlo de un modo que pueda recibirlo. Pero también es un acto de valentía porque no siempre será bien recibido y nos expone a la posibilidad de que la otra persona reaccione con incomodidad o incluso rechazo. Por eso, un liderazgo que se compromete con estas conversaciones necesita una mezcla de empatía y firmeza: empatía para cuidar la relación y firmeza para no diluir el mensaje.
Del otro lado está la capacidad de recibir una conversación para la mejora conjunta, y ahí también se mide la madurez de un líder. Escuchar algo que cuestiona lo que hacemos, o que señala un área en la que no estamos rindiendo como se espera, puede despertar defensas internas muy rápidas. La tentación es justificar, explicar, minimizar o devolver el cuestionamiento. Pero cuando reaccionamos así, cerramos no solo la conversación, sino también la oportunidad de aprender. Recibir con apertura no significa estar de acuerdo con todo, significa escuchar hasta el final, hacer preguntas para entender y luego decidir qué vamos a tomar de eso para mejorar. Es un ejercicio de humildad y de confianza en uno mismo, porque permite reconocer que no tenemos todas las respuestas y que otros pueden ver cosas que nosotros no vemos.
En los equipos donde estas conversaciones fluyen, la confianza crece. Las personas saben que no tienen que adivinar si están haciendo bien o mal su trabajo, porque se los dicen. También saben que, si algo no funciona, se va a hablar a tiempo, antes de que se convierta en un problema mayor. Estas conversaciones frecuentes y bien llevadas previenen conflictos, alinean expectativas y aceleran el desarrollo. Pero para que eso ocurra, el líder debe ser el primero en dar el ejemplo, tanto iniciándolas como estando dispuesto a recibirlas.
Un buen punto de partida es la intención con la que nos acercamos al diálogo. Si vamos con la idea de “tengo que corregirlo” o “tengo que decirle lo que hizo mal”, el otro probablemente lo reciba como un ataque. Si, en cambio, vamos con la intención de “quiero que mejoremos juntos” y lo transmitimos con claridad y respeto, la conversación tiene más posibilidades de generar apertura. No se trata de envolver el mensaje en elogios falsos, sino de mostrar que lo que decimos busca sumar, no restar.
En la práctica, una conversación para la mejora conjunta requiere presencia. Estar ahí, enfocados en la persona y en lo que está ocurriendo, sin apuro, sin distracciones, sin preparar mentalmente la defensa mientras el otro habla. Esa presencia crea un espacio donde es más fácil decir lo que hay que decir y escuchar lo que hay que escuchar.
El liderazgo no es solo inspirar con palabras o guiar con el ejemplo. También es tener las conversaciones incómodas que abren la puerta al crecimiento. Y, aunque a veces incomoden, estas conversaciones son una de las herramientas más poderosas para lograrlo. Lo curioso es que cuanto más las practicamos, más natural se vuelven. El temor inicial se transforma en un hábito constructivo y las personas comienzan a esperarlas y a pedirlas. El cambio cultural empieza ahí: cuando dejar de hablar de lo importante ya no es una opción y conversar para mejorar juntos se convierte en una parte normal de cómo trabajamos y crecemos.
En definitiva, una conversación para la mejora conjunta es un regalo. A veces viene envuelta en palabras suaves, otras en mensajes más directos, pero siempre con el potencial de hacernos mejores. El desafío del liderazgo es atreverse a tenerlas y a recibirlas con la misma disposición: sin miedo, sin ego y con la convicción de que cada diálogo puede ser una oportunidad para crecer.
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