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Liderar con calma en tiempos de ansiedad


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La ansiedad es esa compañera silenciosa que aparece cuando sentimos que no alcanzamos, que no podemos con todo o que lo que hacemos nunca es suficiente. En el liderazgo suele mostrarse de dos formas: la necesidad de controlarlo todo y la urgencia de que las cosas sucedan ya. Ambas nacen del mismo lugar: la dificultad de aceptar que la vida y las personas tienen sus tiempos, y que no siempre dependen de nosotros.

Recuerdo a Marcelo, un gerente con enorme capacidad y compromiso, pero dominado por la ansiedad. Por un lado, quería revisar cada detalle, como si nada pudiera quedar librado a otros. Por el otro, necesitaba resultados inmediatos, como si la realidad debiera adaptarse a su calendario. Esa mezcla lo llevaba a un desgaste constante y, sin darse cuenta, contagiaba a su equipo la misma tensión. La gente trabajaba con miedo a equivocarse y con la presión de estar siempre corriendo. Lo que más quería cuidar, su gente y los resultados, terminaba deteriorándose.

Daniel Goleman, al hablar de inteligencia emocional, dice que la ansiedad puede ser útil como señal de alerta, pero cuando domina la escena deja de ayudarnos para empezar a limitarnos. El líder ansioso, ya sea por controlar o por acelerar, transmite esa energía en cada decisión y conversación. Y los equipos, sensibles al estado emocional de quien los guía, absorben esa urgencia y ese apuro, lo que termina generando más errores, menos creatividad y un clima que sofoca.

La ansiedad de control nos hace creer que, si vigilamos todo, evitaremos fallas. La ansiedad de inmediatez nos convence de que todo debe estar listo ya, aunque eso signifique quemar etapas o desgastar relaciones. Las dos son ilusiones. Porque aun controlando todo no podemos evitar lo inesperado, y aun corriendo no podemos acelerar el ritmo natural de las cosas. La vida, las personas y los procesos tienen su propio tiempo, y pretender que se acomoden a nuestro ritmo es fuente segura de frustración.

El problema no está en sentir ansiedad, porque todos la sentimos. El problema es dejar que se vuelva el motor oculto de nuestras decisiones. Un líder que actúa desde la ansiedad se vuelve más rígido, menos capaz de escuchar y más propenso a microgestionar. Y cuando la ansiedad se expresa como urgencia, ese líder presiona para obtener resultados rápidos aunque todavía no haya madurado lo necesario para que lleguen. Lo paradójico es que, en lugar de acelerar, lo que genera es desgaste y retroceso.

El camino alternativo no es negar la ansiedad, sino reconocerla. Un líder que puede decir “me doy cuenta de que estoy ansioso” ya da un paso enorme, porque eso le permite no actuar en automático. Desde ahí aparece otra posibilidad: cultivar calma. No se trata de pasividad, sino de un centro interior que no depende de lo que ocurra afuera. Se puede estar en medio de una crisis y, aun así, transmitir serenidad. Se puede no tener todas las respuestas y, aun así, generar confianza.

Existen prácticas sencillas que ayudan: respirar profundo antes de responder, hacer pausas breves en medio de la jornada, confiar en que el equipo tiene capacidad para avanzar sin supervisión constante, aceptar que algunos resultados requieren tiempo para madurar. Son gestos pequeños, pero marcan la diferencia. Un líder que transmite calma da permiso a su gente para enfocarse, crear y aprender, en lugar de correr detrás de la ansiedad ajena.

La ansiedad nos recuerda que no todo depende de nosotros. La ilusión del control y la urgencia del “ya” nos alejan de la realidad. La confianza, en cambio, nos devuelve equilibrio. Confiar en las personas, en los procesos y también en nosotros mismos abre la posibilidad de trabajar con otra energía. No se trata de resignarse, sino de aceptar los tiempos de la vida sin perder presencia ni determinación.

Tal vez el mayor desafío del liderazgo no sea lograr que todo ocurra como queremos ni al ritmo que queremos, sino aprender a estar presentes en medio de la incertidumbre y la espera. La ansiedad nos empuja al futuro, siempre con miedo de lo que pueda salir mal o con apuro por lo que todavía no llega. El liderazgo consciente nos invita a volver al presente y responder desde ahí.

En definitiva, liderar con ansiedad es arrastrar a los demás a nuestra tormenta. Liderar con calma es ofrecer un refugio en medio de la tormenta inevitable que es la vida. Y eso, más que una técnica, es un acto de amor.

 

 
 
 

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