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Foto del escritorGustavo Picolla

No vivas en la pavada



Una vez un catamarqueño, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz. No sabiendo lo que era, decidió llevárselo.

Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos eran del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a éste debajo de la pava clueca. Dio la casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Si señor, de cóndor, como usted oye.

Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente. Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillitas y desperdicios. Escarbaba la tierra, y a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras del tuitá. Vivía en el gallinero, y le tenía miedo a los cuzcos lanudos que muchas veces venían a disputarle lo que la patrona tiraba en el patio de tras, después de las comidas. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás. A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajarones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿Y él, por qué no volaba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso. Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando sintió su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos. Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño. Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió.

Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido. ¡Y pensar que había nacido para las cumbres!


La diferencia entre las personas que logran lo que se proponen y las que no, esta en lo que se dicen a si mismo.

Muchas personas sienten el sacudón tempranamente, mientras que otras, como el pichón del cóndor, lo descubren porque la vida se los muestra.  De chico, ser jugador de fútbol era lo que me encantaba, no lo fui por lo que me decía. Pero, luego la vida me mostró la docencia y más tarde el liderazgo y ambos sacudones fueron el punto de partida de lo que soy hoy. Por supuesto que hubo dudas y personas que me decían que era un romántico, pero no las escuché y seguí mi camino. Hay en la historia infinidad de casos que muestran lo mismo, no importa lo que te digan, ni cuantas veces fracases, lo que determinar tu logro es lo que te dices cuando esos hechos ocurren.

Es que lo que nos decimos, nuestros pensamientos, se sustentan en lo que hemos vivido en el pasado. Nuestra familia, amigos, compañeros del colegio, amigos de la universidad, libros que hemos leído, personas que admiramos, todos han influido para que nos digamos lo que nos decimos. El gran problema es, que creemos que es difícil cambiar lo que nos decimos. ¿Y qué cree que pasa si nos decimos que es difícil?

Lo único cierto es que lo que lo separa de lograr lo que quiere es lo que ud. se dice.

Entonces, ¿qué va a hacer ahora que es consciente de esto?

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