¿Y si lo que decidiste ya no tiene sentido?
- Gustavo Picolla
- 2 sept
- 3 Min. de lectura

Hay algo muy curioso que nos pasa a las personas cuando tomamos decisiones: nos aferramos a ellas. Como si haber elegido algo fuera suficiente para no cuestionarlo nunca más. Como si cambiar de idea fuera sinónimo de debilidad. Como si revisar lo decidido implicara que antes nos habíamos equivocado.
Y, sin embargo, pocas cosas requieren tanta madurez como tener la humildad de mirar nuestras propias decisiones con ojos nuevos. No para arrepentirse de todo, ni para vivir en una inseguridad permanente, sino para reconocer que las decisiones no son verdades eternas. Son respuestas válidas en un momento determinado, bajo determinadas condiciones. Por eso, lo que fue oportuno ayer puede no serlo hoy. Y lo que ayer parecía evidente, hoy tal vez necesite una nueva mirada.
En el mundo de las organizaciones, esto es todavía más evidente. Se definen estrategias, se asignan roles, se acuerdan caminos. Y todo eso es necesario. Pero en algún momento, lo que fue una buena decisión puede volverse una carga. Lo que empezó con claridad puede perder sentido. Lo que fue una respuesta acertada puede dejar de serlo.
Y ahí aparece el gran dilema: ¿insistir o revisar?
Muchas veces, lo que nos frena a revisar no es la lógica sino el orgullo. No queremos “quedar mal”, dar marcha atrás o exponer que algo no salió como imaginábamos. Entonces insistimos y en ese insistir podemos terminar sosteniendo decisiones que ya no nos sirven, solo para no parecer débiles. Hay numerosos ejemplos de empresas que por insistir terminaron desapareciendo o perdiendo su reputación.
Pero no hay debilidad en revisar, hay humildad y también hay responsabilidad. Porque seguir adelante solo para no contradecirnos no es coherencia. Coherencia es actuar en sintonía con lo que hoy sentimos, pensamos y valoramos. Y si eso cambió, entonces revisar también es coherente.
En el liderazgo, esto es especialmente importante. Un líder que puede revisar sus decisiones no es alguien inseguro, es alguien maduro. Alguien que no se aferra a la imagen de tener todo bajo control, sino que prioriza el propósito por encima del orgullo. Esa capacidad de revisar también genera algo clave en los equipos: confianza. Cuando las personas ven que su líder está dispuesto a reconocer lo que no está funcionando, se animan a hacer lo mismo. Se abre el diálogo, se legitima la incomodidad como parte natural del proceso. Y eso fortalece la cultura.
Ahora bien, revisar no significa vivir en la duda ni dar volantazos todo el tiempo. El liderazgo también necesita consistencia. Pero una cosa es ser consistente y otra muy distinta es ser rígido. La consistencia está al servicio del rumbo. La rigidez, muchas veces, está al servicio del ego.
Así pensamos que seguir adelante a toda costa es una virtud, cuando en realidad muchas veces es solo una forma de evitar la incomodidad de replantearnos algo. Pero no hay crecimiento posible sin revisar. Lo contrario sería repetir, no evolucionar.
Revisar tampoco significa descartar. A veces es ajustar, a veces es confirmar pero con más fundamentos. Y otras veces sí, es cambiar de rumbo. Lo importante no es qué se decide después de revisar, sino el hecho de habernos dado el permiso de hacerlo.
Y hay algo más: revisar también es liberar. Porque muchas veces arrastramos decisiones como mochilas pesadas, solo porque ya las habíamos comunicado, anunciado o ejecutado. Y eso nos encierra en un camino que tal vez ya no sentimos como propio. Replantearlo no solo puede mejorar los resultados, sino también devolvernos energía, claridad y foco.
Quizás una de las señales más claras de un liderazgo saludable es esta: no se aferra a las decisiones, se aferra al propósito. Y si una decisión empieza a alejarse de ese propósito, la revisa con humildad, con firmeza y con claridad.
La invitación es a que no nos dé temor frenar y pensar. Que no creamos que por volver a mirar estamos volviendo atrás. Porque a veces, lo más valiente que podemos hacer es cambiar de rumbo.
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