Las piedras son parte del camino
- Gustavo Picolla
- 13 abr
- 3 Min. de lectura

En un pequeño pueblo agrícola de Argentina vivía Ramiro, un hombre cuyo semblante siempre estaba marcado por la frustración. Cada mañana, al despuntar el alba, Ramiro se dirigía a sus campos con una mezcla de resignación y enojo. Desde el café del pueblo se escuchaban sus constantes lamentos: se quejaba de los impuestos, de las políticas del gobierno y de la mala suerte que, según él, le impedían lograr una mayor rentabilidad. Sus palabras se esparcían como el eco de una melodía triste, y pronto la queja se convirtió en su compañía inseparable.
Un día, mientras Ramiro hacía su rutina, se cruzó en su camino con don Esteban, un anciano que había vivido largas estaciones y que, a lo largo de los años, había aprendido a ver la vida con otros ojos. Al notar la expresión desalentada del agricultor, don Esteban se detuvo y le dijo con voz serena: “Hijo, ¿por qué permites que la queja sea la voz que guíe tus días? La tierra te ofrece lo que tiene, la lluvia cae a su tiempo y el sol nace sin pedir permiso. Quejarte de lo que no puedes cambiar solo roba la fuerza que necesitas para transformar tu realidad.”
Esas palabras calaron hondo en Ramiro. Por primera vez, se detuvo a reflexionar sobre el rumbo que llevaba su vida. Recordó aquellos tiempos en que, a pesar de las adversidades, trabajaba con esperanza y fe en el futuro. La sabiduría de don Esteban lo impulsó a replantear su actitud. Al volver al pueblo, decidió dejar de lado los lamentos y empezar a buscar soluciones. En lugar de sentarse en el café a lamentarse, se dedicó a conversar con otros agricultores, compartiendo ideas y estrategias para superar las dificultades. Se interesó en nuevas técnicas de cultivo y en métodos que pudieran optimizar el uso de sus recursos.
Poco a poco, el cambio comenzó a notarse. La transformación no solo fue visible en sus tierras, sino también en su espíritu. Cada día, en el campo, Ramiro recordaba las palabras de don Esteban: “No es el gobierno ni las circunstancias las que determinan tu destino, sino la forma en que respondes a ellas.” Esa enseñanza se convirtió en la semilla que impulsó una nueva forma de ver la vida, donde la resiliencia y la búsqueda de soluciones eran los ingredientes esenciales para superar cualquier obstáculo.
A menudo, cuando enfrentamos dificultades, caemos en el hábito de quejarnos sin cesar, y sin darnos cuenta, esa costumbre nos impide ver las oportunidades que se esconden en cada desafío. La queja se vuelve un refugio fácil ante la frustración, un escape momentáneo que, sin embargo, nos atrapa en un ciclo improductivo y nos aleja de la acción. Al quejarnos, desperdiciamos la energía que podríamos invertir en buscar soluciones y en crecer como personas.
Reflexionemos: ¿sobre qué cosas se quejan las personas? En general sobre aquellas cosas que no están bajo su control, es decir, poco o nada pueden hacer para solucionarlo. Al enfocarnos en las cosas que no podemos cambiar nos quejamos y nos paralizamos, borrando de nuestra mente la posibilidad de actuar. Epicteto, filosofo estoico, nos decía: “Algunas cosas están bajo nuestro control y otras no […] ¿Qué significa entonces actuar con sabiduría? […] Separar las cosas que están bajo nuestro poder de las que no.” La queja nos deja en la ignorancia.
También decía que nuestra libertad reside en cómo respondemos a las circunstancias, y no en las circunstancias mismas. Esta perspectiva nos invita a mirar la adversidad con otros ojos, reconociendo que cada obstáculo es también una oportunidad para fortalecer nuestro carácter y aprender de la experiencia. La queja nos toma de rehenes.
La clave está en cambiar nuestro enfoque: en lugar de sumergirnos en la queja, es fundamental reconocer y aceptar nuestras emociones, pero sin permitir que nos definan. Al hacerlo, dejamos de ver los problemas como algo insuperable y comenzamos a identificar pequeñas acciones que pueden marcar la diferencia.
Cada vez que nos encontramos en medio de una queja, podemos preguntarnos: ¿qué puedo hacer para cambiar esta situación? Esta pregunta, sencilla pero profunda, nos obliga a enfocarnos en aquellas cosas que podemos hacer para cambiar la situación que enfrentamos. Nos permite enfocar nuestra energía hacia aquello que sí podemos transformar.
Abrazar la vida tal como es, con sus luces y sombras, nos abre a la posibilidad de vivir de manera plena y auténtica. La verdadera fortaleza reside en nuestra capacidad para aceptar la realidad, aprender de ella y convertir cada obstáculo en un peldaño hacia un futuro mejor. Vivir sin quejas es, en esencia, elegir la acción, el cambio y el crecimiento constante.
Recuerda: las piedras que se interponen en nuestro camino no son obstáculos, son parte del camino.
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