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Los Pecados del liderazgo

Foto del escritor: Gustavo PicollaGustavo Picolla


Don Héctor era la imagen del éxito corporativo. Desde su despacho en el piso más alto de Torre Capital, dirigía uno de los conglomerados tecnológicos más influyentes de la región. Ingenioso, ambicioso y carismático, pocos podían discutir sus logros, aunque muchos murmuraban sobre sus métodos. Héctor no escuchaba a los murmullos; para él, los resultados justificaban cualquier sacrificio.

Una noche, después de una jornada de 15 horas revisando reportes y asistiendo a reuniones interminables, Héctor se quedó solo en la oficina. La ciudad se extendía ante él como un mar de luces parpadeantes. Estaba satisfecho, pero inquieto. Cuando estaba a punto de marcharse, las luces del despacho parpadearon, y al girarse hacia la puerta, encontró una figura sombría observándolo.

 

“¿Quién eres y cómo entraste aquí?” preguntó, sin molestarse en ocultar su enojo.

“Soy todo aquello que niegas pero que te gobierna”, respondió la figura. “Esta noche, Héctor, conocerás a tus verdaderos socios. Ellos siempre han estado contigo, pero quizás nunca los has visto con claridad. Son los siete pilares de tu imperio.”

La figura se desvaneció, dejando tras de sí una bruma oscura que comenzó a tomar diferentes formas. Héctor, desconcertado, no tuvo más opción que enfrentar las manifestaciones que aparecieron una a una.

 

Un hombre de traje impecable apareció, con una sonrisa de suficiencia. “Héctor, eres brillante, ¿no es así? Nadie te entiende como tú mismo. ¿Por qué escuchar a los demás cuando tienes todas las respuestas?”

Héctor recordó todas las veces que desechó las ideas de sus empleados, convencido de que su visión era superior. Incluso en los últimos meses, había rechazado un plan innovador que ahora veía implementado... por la competencia.

“¿Qué podría haber logrado si hubiera escuchado más?” murmuró. Pero la figura ya se desvanecía, dejando un eco: “Tu orgullo construyó esta torre, pero también puede derrumbarla.” Ese hombre de traje impecable lo hizo consciente de su soberbia.

 

Una mujer de mirada penetrante se acercó. “¿Te sientes incómodo cuando otros destacan? Tus socios, tus empleados... ¿Te molesta que alguien más se lleve el crédito?”

Héctor recordó cómo había opacado los logros de su equipo en reuniones con inversores. Siempre temió que el éxito de otros eclipsara el suyo. Ahora se preguntaba cuánta desmotivación había sembrado.

“Un líder no teme al brillo de los demás”, susurró la mujer antes de desaparecer. Ella lo hizo consciente de su envidia.

 

Una figura de ojos encendidos y voz tempestuosa irrumpió en el despacho. “Tu temperamento es conocido, Héctor. Esa furia que te hace lanzar palabras que cortan como cuchillos. ¿Te das cuenta del daño que causas?”

Héctor pensó en los gritos en reuniones, en las miradas bajas de sus empleados al soportar su ira. La figura se rio. “El respeto no se gana con miedo, Héctor. Recuerda eso.” Esta figura trajo a la consciencia de Héctor su ira.

 

Un hombre desaliñado y soñoliento se dejó caer en el sillón de Héctor. “No delegas porque confías, sino porque no quieres hacer el trabajo duro. Es más fácil decir que los demás son incompetentes que involucrarte, ¿no es cierto?”

Héctor recordó proyectos que dejó a medias, confiando en que alguien más lo arreglaría. Esa falta de iniciativa había costado más de un cliente importante.

El hombre bostezó antes de desaparecer, dejando tras de sí un pesado silencio y en la consciencia de Héctor su pereza.

 

Un hombre corpulento y vestido con joyas se paró frente a Héctor. “¿Cuántas veces has elegido las ganancias sobre tu gente? Recortaste presupuestos, eliminaste beneficios... todo para engordar tus números.”

Héctor no pudo evitar pensar en sus empleados que trabajaban largas horas con salarios apenas competitivos, mientras él disfrutaba de sus lujos. Por primera vez, sintió vergüenza ya que vio reflejada su avaricia.

 

Una figura rodeada de papeles, pantallas y relojes apareció. “Eres un glotón, Héctor. No de comida, sino de tiempo, recursos y atención. Nunca sabes cuándo detenerte.”

Héctor recordó proyectos que empezaba y nunca terminaba porque quería abarcar más. Esa acumulación había agotado a su equipo y a él mismo.

“Aprende a elegir con cuidado”, dijo la figura antes de desvanecerse dejando a Héctor consciente de su gula.

 

Una figura resplandeciente apareció, irradiando poder. “Tu deseo por ser el mejor, por controlar todo, por ser reconocido... ¿No te consume eso, Héctor?”

Héctor sabía que su obsesión por el poder lo había alejado de su familia, de sus amigos, e incluso de sí mismo. “¿A qué estás dispuesto a renunciar para alimentar tu ambición?”, preguntó la figura, dejando tras de sí un vacío inquietante. Héctor se dio cuenta que estaba frente a su lujuria.

 

Héctor se despertó en su sillón con un sobresalto. Había sido un sueño... ¿o no? Pero algo había cambiado en su interior. Las figuras lo habían enfrentado a sus propias verdades, y ahora tenía claro lo que debía hacer.

Al día siguiente, convocó una reunión con su equipo. Reconoció sus errores y prometió liderar con más humildad, empatía y propósito. No fue fácil, pero con el tiempo, recuperó la confianza de su gente y redescubrió el verdadero significado del liderazgo.

 

¿Te has hecho consciente de algo al leer este cuento?

 

 

 
 
 

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